Compruebo leyendo los
diarios digitales que una joven de catorce años en Gijón, Zaira Moro, está
sopesando dejar el arbitraje debido a las lindezas oídas durante los partidos de
fútbol, como “No vales para pitar, pero sí como prostituta”.
Aunque todavía era muy temprano, alrededor de las siete y media de la mañana, para tener los
reflejos colocados en su sitio, el subconsciente que es muy sabio, me ha recordado aquello de que “Soberano es cosa de hombres”, y que en más de un pueblo se
seguirá tomando para “despertarse”, el famoso “sol y sombra”. Y me acuerdo
también de esa estampa típica, del obrero trabajando con un pañuelo en la
cabeza rematado con un nudo en cada esquina.
El problema es que ya
estamos en el siglo digital y que las máquinas nos van a adelantar por la izquierda, por la derecha, y por
arriba. Y que si nosotros diseñamos los robots, éstos aunque robots, seguirán
nuestras “costumbres” por decirlo de alguna manera.
Lo triste del caso, y
contado por el propio padre de Zaira, es que él vio a la persona que le insultó
a su hija, y que iba acompañado de una mujer, que no le afeó la conducta.
Ahora, este vecino no va a “recriminar”
a una mujer, pero si es verdad eso de que detrás de un gran hombre, hay una
gran mujer; y, en estos casos “un ahí te quedas” te tiene que pedir el cuerpo,
seas mujer u hombre.
Hay posturas mentales, por
decirlo de alguna manera, que no resisten los dos centímetros de amplitud
mental, y lo de este hombre insultando a una mujer, con el agravante de que tan solo tiene catorce
años, no tiene ni un solo pase.
Lo más triste, y que vengo comprobándolo
últimamente, es que ya ésto no se “cura” ni con las nuevas generaciones, y que el
machismo sigue enquistado en ambos sexos.
Hace apenas dos semanas,
paseando una noche, sobre las doce, por
el paseo marítimo de Torrevieja, delante de mí iban tres jóvenes, dos chicos
y una chica, altísimos. Debían de ser del Este de Europa por cómo sonaba el
idioma en que hablaban. En un momento dado la chica empezó a reírse y les
señalo a los otros dos jóvenes hacia su derecha. A la orilla del mar, y entre
rocas, se encontraban dos chicos, sentados y vestidos de blanco, de edad
parecida a los “observadores”, y agarrados de la mano, en lo que podía ser, y
era hasta ese momento, una bonita estampa de amor.
La chica, entre los dos
chicos, fue la única que dijo algo, primero en su idioma, con leves carcajadas,
y luego, en un castellano sin atisbo de acento, acompañado de más carcajadas, un
claro y contundente: “Mariquitas”. Por cierto, y como en el caso de la mujer que acompañaba al hombre en el fútbol, los dos jóvenes tampoco le afearon la conducta.
Y llegué a la conclusión de
que el problema no es el idioma, ni la edad de quien lo habla, porque el
castellano tiene bellísimos poemas de amor, sino que en manos de unos cuantos
se puede convertir en un arma con un filo cortante y frío, tanto como la falta
de sentimientos. Porque no es una cuestión de idioma, de palabras, sino de corazón, rotundamente.
En estos mismos momentos, y al fondo, en la radio, se comenta que en el PP se discute si Don Mariano Rajoy debe acudir a la boda del Señor Maroto, vicesecretario del Partido Popular del País Vasco, con su novio. "Las cosas", así, en general, siguen sin cambiar...
Si este vecino fuera el Señor Maroto, le diría a Don Mariano que el mero hecho de pensárselo, es un visado para no ir.
P.D.: Durante varios días después, y en algunas emisoras de radio y periódicos varios, se hace referencia a la próxima boda del Señor Maroto, como una "boda gay". Algunos de mis lectores recordaran que durante un tiempo, ciertos "movimientos" quisieron que a las ceremonias entre gente del mismo sexo se les llamara de otra manera, pero que no fuera "boda".
En teoría, no lo consiguieron. Pero..., ¿no lo han conseguido?...
*FOTO: DE LA RED