Cada vez que llega Nochebuena mi cuerpo se decora, como
un árbol de navidad cualquiera, de recuerdos de la infancia, cuando cada nueva
fiesta se cubría de misterio e ignorancia. Días de celebraciones en una casa
llena de gente, que aunque son jóvenes, en realidad son viejos para mí, para un
niño de siete u ocho años.
Grandes cenas de platos humildes alumbradas por una
simple bombilla, todavía la fluorescente debía ser o un lujo o una utopía. Y
entre plato y plato, jolgorio de altas voces y conversaciones para adultos.
Todavía estaba la sombra, alargada, siempre alargada, de
una guerra de la que nadie hablaba. Solo se mencionaba, como recordatorio, la
época del hambre y del estraperlo.
Hoy la Nochebuena se sigue celebrando en familia, el que
tiene, y al que llaman. Nochevieja es quizás, para algunos, más de amigos. Ya
se sabe eso de que la familia se tiene, y los amigos se eligen, o te eligen.
Dentro de muy pocas horas, las calles de los pueblos en
Euskadi estarán llenas de Olentzeros en busca de su público menudo. Solo es uno,
pero estará en todas partes por aquello de sus franquicias, porque también
tiene mucho que ver la economía en esto.
Lo mejor de las Navidades es ese símbolo de esperanza y
de posible cambio que significan. Cambio, quizás, en nuestra manera de vivir y
en el que los hados, esperemos, nos sean propicios, y se acuerden de nosotros para
bien. Porque en el fondo no podemos dejar de ser egoístas, y pedir, y pedir,
aunque solo sea esperanza.
Ahora además, estamos atravesando una época, que
esperamos no sea LA ÉPOCA, así, en mayúsculas, de siempre jamás, en la que está
mal visto quejarse, porque sabes que hay gente que está mucho peor que tú.
Ésto, la crisis, es como un accidente de coche, que si
quieres ayudar quizás tienes que comenzar por los que menos se quejan, porque
no tienen fuerzas ni para quejarse de lo mal que se encuentran.
Desde esta atalaya del vecino del mundo solo quiero
desearos paz y amor, nada material porque eso hay que cotizar y al
final siempre está Montoro con la guadaña, dispuesto a recortar. Lo inmaterial,
los sentimientos, al final siempre es lo mejor. La calidez de un abrazo
sentido, de unas pocas palabras de complicidad, eso en realidad es lo que
importa. La complicidad y el entendimiento en un mundo frío e impersonal.
Mientras cenamos esta noche, os deseo que una fuerte
nevada de paz y amor os cubra con su manto hasta las próximas navidades,
sirviendo de salvoconducto en todo tipo de desventuras.Quizás no me entendáis, lo importante es la empatía, ya
se sabe, pero a mí me gusta desear las navidades siempre a mi manera, “my way”
como dice la célebre canción, y por eso os deseo FELIZ NAVIDAD Y UN PRÓSPERO MÉRIMÉE,
que para muchos solo será un escritor francés, y para otros el absurdo de una
frase, tan absurda como la utopía, y la esperanza. Porque, quizás, lo importante
no es la forma, sino el fondo.
*ILUSTRACIÓN: DE LA RED