Ayer me intentaron robar. A este vecino del mundo le
intentaron robar, y no es una dramatización de algo inventado para colarlo como
real y al final dar una especie de moraleja. No, ayer me intentaron robar.
Eran las siete y media de la tarde, y ya llegaba tarde a la
estación de autobuses de Donosti, esa tan nueva y tan caduca en su tamaño desde
que la hicieron. Intentaba acceder desde el exterior mediante el ascensor que hay
al terminar el puente de María Cristina.
Nada más posicionarme en frente de la puerta metálica, y darle al botón, un chico muy joven se colocó a mi derecha dándome conversación
en algún idioma extranjero que no identifiqué, y quise creer que a lo mejor era
francés, pero no lo tengo nada claro.
Uno con los años se va
desencantando de todo, y hace tiempo que llegó a la conclusión de que la vida,
tristemente, es una merienda de negros, con perdón para la gente de color (que
ahora, eso sí, hay que ser siempre políticamente correctos, aunque luego la vida no no lo sea contigo). Y como la mayoría de la
gente va a lo suyo directamente, este vecino siempre desconfía al encontrarse con alguna
muestra de simpatía.
Quizás fue eso, el estar alerta por una simpatía que no
venía a cuento, me hizo sentir un leve contacto en el bolsillo de mi camisa a
la altura de mi corazón. Instintivamente
miré, y vi como una mano se alejaba,
vacía que era lo principal, de mí. A esa persona no le había detectado todavía.
Un chico muy joven también.
Uno nunca sabe cómo va a reaccionar en un momento así, porque,
como todo, una cosa es la teoría y otra…
la vida real. Empecé a gritar a ambos, y el propietario de la mano que
intentaba delinquir desapareció con el primer chillido. No creo que hablaran
castellano, porque “el simpático” me hacía gestos de que él no sabía nada, de
que aquello no iba con él. A los quince segundos, aproximadamente, y tras ver
que su posición no colaba, optó por tomar las de Villadiego.
Y ha sido la primera vez, mi primera vez, que he tenido que
marcar el 112, por aquello, de que “no lo hago por mí, sino para evitar un mal
trago a otros”. Porque personalmente, como se dice coloquialmente, salvé los
muebles, y como me conozco, me evité un gran cabreo, si me hubieran robado, por habérmelas dado con
queso.
Y, por cierto, comprobé una vez más, para aquellos que
todavía lo dudan, que el “Gran Hermano” existe, ya que mientras me tomaba
declaración la Ertzaintza, encantadores por otra parte, uno de los agentes ya
se dio cuenta de que había una cámara que había captado todo.
Tomándomelo con filosofía, diré que es una pena que por una
vez que soy el "prota" en una película a toma única además, ni la voy a ver, ni
puede optar a ningún premio. Aunque, que todo acabara bien, para mí al menos,
siempre se puede considerar que es todo un premio en sí mismo.
Ya para terminar, y lo que son las cosas, uno no puede olvidar,
ni quiere, las instrucciones, se supone que vitales, que hace mucho tiempo le daba su madre, como todas
las madres que eran crías durante la guerra.
Y si me hubiera pasado algo, amatxo,
que estás donde están todas las amatxos buenas, tranquila, porque me acababa de
poner muda limpia…
*FOTO: DE LA RED