-Hola,
Mikel, ¿Qué tal va la reforma de tu casa? Muy tranquilo te veo…
Éste es un anuncio que oigo todos los días por la mañana
en la radio (zona guipuzcoana), más o menos a la hora del desayuno, y que me
sirve, también puede ser útil, para jurar en arameo (yo lo hago en arameo pero
se admiten otras variantes o lenguas). Porque es real como la vida misma, y que
tras una aparente pregunta, a modo de vaselina, lo importante es la segunda
parte. Ese “muy tranquilo te veo” equivale, al menos en mi pueblo, a “te
estás tocando lo que viene siendo los bajos como es habitual en ti”.
Esa aseveración, que lo es, viene normalmente por gente
que no son amigos tuyos, que quizás han coincidido en tiempos, como se
decía antes, de Maricastaña, y que si tú les respondes como se merecen, se
excusarán ligeramente, mientras no te miran a los ojos. Y se irán reafirmándose
en su interior con el concepto que ya tenían de ti.
Y es que ese anuncio me recuerda una vivencia que ocurrió
hace muchos años.
Como mis lectores más adictos (porque muchos ya me han
dicho que este blog engancha) ya saben, desde finales de 1978 a finales de 1981 estuve en
Londres, aprendiendo la lengua, e intentando gastar el menor dinero posible, con trabajos de cualquier tipo que me dejaban realizar en restaurantes y hoteles,
ya que entonces España no pertenecía al Mercado Común y no nos daban permiso de
trabajo, salvo en alguna más bien remota excepción.
Pertenezco a un pueblo, Elgóibar, en el que todos nos
conocíamos entonces, al menos los que salíamos fuera y estábamos en la misma situación.
Y había coincidido en Hyde Park un día con un chico dos años más joven, y que aún siendo de mi pueblo solo lo conocía de vista, y tras la consiguiente charla un tanto forzada por el destino, no más de cinco minutos, nos despedimos.
El verano del año siguiente coincidimos otra vez, pero ésta en nuestro pueblo, y mi cuadrilla con la suya. A él le faltó tiempo para decir a voz en
grito, los chicarrones del norte, todos, hablamos así:
-Jodé,
no me habías dicho nada, pero ya me he enterado de que estás trabajando en un
Banco del centro de Londres. ¡Qué callado te lo tenías!
Sin despeinarme, entonces tenía una buena mata de pelo,
le contesté con tanto sentimiento, como la voz de la máquina de tabaco:
-Sí,
trabajo en un banco, como tú dices, en el centro de Londres, pero tres días a
la semana, Lunes, Miércoles y Viernes, dos horas cada día … limpiando suelos.
Entre las dos cuadrillas éramos unas diez personas, y nos
abdujo un silencio que no nos soltó hasta que ellos, los otros, ya debían de
haber abandonado el país. Por supuesto, que no hubo ningún tipo de asomo de
disculpas tampoco.
Yo nunca desvelé, lo hago ahora, y sin cobrar, que el
otro, hijo de un amigo de mi padre, pero nosotros no teníamos nada que ver,
estaba trabajando en Londres a través de un contacto de la empresa en la que
trabajaba su “aita”. Y él, en el breve
contacto que habíamos tenido en Hyde Park nunca me lo dijo, y eso que le había dado
sutilmente pie a que me lo comentara, pero en ese instante evitó mirarme
observando, aparentemente, el horizonte londinense.
Lo que yo hice entonces, ese silencio evitando la
revancha, no fue cobardía ni mucho menos, sino “elegancia”, porque hay otra
elegancia que no consiste en comprarse ropa de marca, preferentemente, además,
extraordinariamente cara.
Hay momentos de la vida diaria, que son un auténtico
túnel del tiempo...
*FOTO: DE LA RED