¿Pues qué queréis que os
diga? A este vecino del mundo el concepto “día de la madre” siempre le conduce,
sino a la tristeza, sí al menos al melancolismo.
El día de la madre tiene
aroma a tiempos pasados, a eso tan manido y a veces tan verdad de que cualquier
tiempo pasado fue mejor. A que eras el rey de la casa antes de que te
destronaran, no por propia abdicación, sino por un renacuajo que vino sin avisar
y normalmente sin ser pedido, y que a medida que iba creciendo ibas comprobando
que quería tus juguetes y que, además, te los rompía, con el amparo de una madre
que con una sonrisa en los labios te decía, como única defensa de esa sabandija de cuatro patas,
que era más pequeño que tú.
Este vecino del mundo
recuerda que antiguamente, hace unos cincuenta años, el día de la madre era el
8 de Diciembre. Y quizás, por aquello de ir separando unos gastos que apenas
dos semanas después serian álgidos, se pasó a celebrarlo en otra época del
calendario donde las ganancias, para los empresarios naturalmente, eran entonces
menores.
Al recrear aquella época, en
la mente aparecen una radio con una impresionante luz verde, y que hoy sería el
equivalente a los mejores efectos especiales, grande, porque era un mueble, e incrustada en el
armario blanco de la cocina. Una radio que acaparaba los mejores momentos de la
jornada, con aquellos discos dedicados, en ese día naturalmente a una madre,
que visto con ojos de hoy se auto-regalaba canciones de Antonio Machín, Los Xey; o para hacernos reír, uno de esos discos de Gila contando entre
llamada y llamada una guerra que debía de ser más divertida que la que alguna
vez oías entre susurros en casa. Recuerdos de aquel tío al que le faltaba un
brazo, y que nunca te respondían dónde lo había perdido. Siempre me pareció
curioso lo de “perder un brazo”, porque comprobaba el mío y no se podía soltar.
El brazo de mi tío sí debía de pertenecer a la guerra de Gila, junto con lo de
los espías vestidos de lagarteranas.
Decir día de la madre, en
aquellos recuerdos de finales de los cincuenta, tenía un inequívoco olor a
castañas, cocidas en el estilo materno, o compradas del horno con
forma de máquina de tren, del caramelero de la plaza. Y sabor a turrón, porque
en nuestra casa era la inauguración de la temporada de un producto netamente navideño, y que en
ese día se vestía especialmente de mazapán, y de lo que hoy conocemos como Pan
de Cádiz.
El día de la madre siempre
es una puerta al pasado, y enarbolar la bandera del recuerdo, de esa madre que
ahora ya anciana, fue a los ojos de sus hijos, la mujer más guapa, e
importante, del mundo.
*ILUSTRACIÓN: DE LA RED