Vamos bien. Al menos hemos sobrevivido al primer envite
navideño, la noche buena.
En el centro de mesa, dos velas, encendidas,
naturalmente, en clara alusión a lo que puede ser el próximo año con la subida
de la electricidad. Porque lo triste es
que al final diremos eso de que “Sólo han subido el ocho por ciento”,
o lo que se tercie.
Al entrar en casa, y en claro signo de armisticio, cada
uno dejó en el perchero sus armas, y no las recogió hasta la hora que se fue.
La suegra se pasó toda la noche callada, porque como solo sabe meterse con los
yernos o las nueras, no sabía qué decir, y solo hablaba de la comida, de lo
bueno que estaba, aunque ella le hubiera echado un par de especias más…
Resumiendo: una conversación de ascensor de lo más trivial posible.
Por cierto, hablando de temas triviales, este vecino
siempre se ha preguntado cómo tiene que ser una conversación con dos vecinos
que vivieran en el último piso del Empire State, y coinciden cogiendo el
ascensor en la planta baja. Porque si empiezan a hablar sobre el tiempo
atmosférico, les da para pormenorizar de cada uno de los pueblos de cada estado
norteamericano. Y ante eso, o la expectativa de subir andando, una de dos, o
preparas un tema a fondo cada vez que subes o bajas en el ascensor, o finges
que tienes una afección en la garganta, que es posible que te dure “forever and
ever”. Eso, acompañándolo todo de unas gafas de sol, para que no se pueda leer
en tus ojos lo azaroso del momento.
Ayer, noche de fritangas en la mesa, y de refritos si
viste la televisión.
Gran pregunta: ¿Qué puede pasar en este país con alguien que
no le guste el tipo de música de Pablo Alborán, aunque no tenga nada en contra
de ese chico? Porque se está haciendo de todo para que se le odie.
Si el otro día este vecino decía que Dios, por aquello de
que
está en todas partes, era Martín Berasategui, no le va a la zaga Pablo
Alborán. En poco más de un año, desayunamos, comemos y cenamos con él.
Quizás, y lo de la cena de ayer pudo ser un fiel reflejo,
la crisis ha servido para unir a las familias.
Y de Raphael, ni hablamos, porque si ha resistido el anuncio de la Lotería de Navidad, lo tendremos también, forever and ever. Con todo lo diferentes que
éramos los que ayer nos sentamos, o nos sentaron, en torno a la mesa,
conseguimos estar todos de acuerdo, y sin parpadear, en un asunto: la
programación de cualquier cadena de televisión es mala a rabiar, y si
encima pretenden hacer refritos de lo mejor de ellos: noche para olvidar.
Vamos a tener que querernos mucho nosotros, porque el entorno, no ayuda.
Vamos a tener que querernos mucho nosotros, porque el entorno, no ayuda.