Todas las épocas tienen sus clichés, sus tics, y uno de los más importantes de ahora sería
eso del “relato”, o de contar no cómo le
va a cada uno en su feria particular, sino cómo desea que los
demás crean que le va.
Se acaba de terminar una legislatura, desgraciadamente
muerta al nacer, y aparentemente al
menos, todos los partidos han estado más preocupados en distribuir su relato de
cómo fue todo, a realmente hablar con un hilo directo desde el corazón.
En realidad eso del relato viene muy ligado a otro concepto, o tic, muy de la
época también, el tuneo de las cosas, y que no tiene que ver nada con la tuna
universitario, aunque hay un mucho de cantarte coplas e incluso de cantos de sirena, sino precisamente con darle cuerpo, en cierta manera, al relato
de cómo deseas que sean las cosas, los objetos, que tienen la suerte de
rodearte. Porque hay un mucho en el concepto de "relato" de hacerse un selfish,
otro cliché, con el paisaje deseado de vender en torno a tu persona, y no con la
realidad a convivir en tus veinticuatro horas diarias.
Y aquí quizás llegamos ahora a una de las piedras angulares de nuestro día a día, la famosa, tristemente, posverdad, o disfrazar a la mentira con un camuflaje de sabor a verdad verdadera. Lo que vendría a ser intentar borrar tus huellas en el
desierto de la realidad para que no se viera ni se sintiera la urdimbre, o la
tomadura de pelo si solo fuera una humorada, y no disfrazar la verdad de lo
que fue para seguir chupando de la teta de la que quieres seguir mamando.
La posverdad es hija de su tiempo, y tiene un mucho de “photoshop”
y de jugar con la estética de lo políticamente correcto. De hacer que huelan
bien los armarios donde guardamos los cadáveres de las promesas incumplidas. La posverdad tiene un mucho de tristeza y de timo, de disfrazar las cicatrices que nos han traido hasta aquí para ponerle un precio, siempre más alto, a lo que va quedando de nosotros mismos. Y hay que seguir viviendo, que no es fácil.
*ILUSTRACIÓN: DE LA RED