Lunes, día de recuerdos del fin de semana, y pocas
expectativas, aunque me imagino que eso es cuestión de chasis también. Este
vecino está convencido de que si le preguntas a Martin Berasategui será
agotador la lista de “tareas” que tenga que hacer hoy, y más agotador la manera
en que lo diga con ese “garrote” que lo usa sí o sí.
Sin embargo, ni este vecino es el Señor Berasategui, y
eso que gana el mundo culinario, ni
le hace falta al vecino meterse en esos berenjenales.
Parece que no iba a existir el mundo tras el Festival de
cine donostiarra, y sin embargo ya ha terminado con sus más que polémicos
premios de este año, y es que no es lo mismo el gusto de unos, se supone
entendidos cinéfilos, que además están a mesa y mantel durante más de una
semana, a los gustos de esos locos que todavía se gastan el dinero en las salas
de cine, sea o no sea época de glamour.
Este sábado pasado este vecino estaba escuchando una
emisora de radio, esa a la que Shakespeare se refería con el “…SER o no SER”,
un programa para los amantes del cine en el que se desgranaba, como no podía
ser de otra manera, la semana en el festival donostiarra, y sin embargo, estoy
seguro de que todos los “radioescuchas” como se decía antiguamente, con lo único
que se quedaron, por desgracia, fue con una anécdota, por decirlo de alguna manera, en la que un local
donostiarra había organizado un evento, esos días de fiesta del celuloide, que
los locutores lo describieron como la fiesta del gin tonic, y ahora
viene la madre del cordero, en la que se cobraba 18 euros por copa.
En primer lugar, este vecino no ve a las cada vez más
escasas estrellas extranjeras con dinero en efectivo para pagar, ni que se
atrevan a cobrarles, ya que son las que se supone darán relumbrón a la fiesta.
En segundo lugar, cada vez son más “livianos” también, los medios de comunicación
que osan mandar a periodistas acreditados para pasarse más de una semana con
todos los gastos pagados, ni éstos se atreverán a pasar esa cuenta, como
confesaban los sufridores de la citada emisora, a su empresa, con lo que a más
de uno le va a quedar un regusto amargo de esta edición del festival.
De todas maneras, y como siempre, lo más probable es que
el que pagara la citada tropelía fuera el pardillo que se aventuró a pulsar el
latido del festival, y mientras que pagaba la cuenta, se juraba no volver más
ni al festival, ni a llenar las salas del cine.
Y es que los que todavía intentan hacer cine, siempre
dicen, que los que suben los precios de esa industria no son ellos, ni tampoco, visto lo visto, los que, en otro sentido además, dan mala imagen, pero los que pagan el plato, y en este caso la
copa, son los mismos que han aportado los impuestos para que cada año el citado festival sea posible.
Tantos minutos durante el año intentando convencer a la
gente de que un festival de cine es para todo tipo de gente, para que luego
algunas personas de otras industrias lo desdigan con hechos, que no son
precisamente amores.
*FOTO: DE LA RED